El viaje de un padre con su hija de 10 años mano a mano por el valle central de los volcanes de Costa Rica hasta la costa pacífica de Guanacaste bajando desde lo alto de cumbres nubosas hasta arrecifes bajo el agua.
Para alguien que se cree muy viajado y que sabe como sacarle jugo a los placeres de conocer lugares increíbles, viajar con una niña que crece a ritmo vertiginoso es algo del todo singular, de pronto te das cuenta que nada puede asemejar la alegría de vivir de una persona con una visión tan clara y pura de la vida. Desde su primer amanecer en las faldas del volcán Arenal en el que nos despertaron monos aulladores, la percepción de lo que se abría ante sus ojos era de una presencia y naturalidad admirable. «¡Mira papá un tucán!», «¡papá papá, un colibrí!», ambos descalzos, en pijama, jet-lag, todavía medio a oscuras, yo sin saber bien donde estaba mi cabeza y en 2 minutos ya recorríamos un maravilloso bosque buscando a esos aulladores que parecían leones. Y es que me considero un ojeador bastante bueno (o «spotter» como me gusta decir), pero lo de Olivia es increíble; todo lo veía, todo se le manifestaba, todo animal se acercaba a ella (mariposas, pájaros sargentos, pavos) y todo con esa alegría, fascinación y luz en su mirada. Tres monos jugando sobre nuestras cabezas, una mamá con su bebé, algunos colibrís comiendo plátanos y pájaros de los que solo me sé los colores con un abanico de formas increíbles. Como si nada pasara y esto fuera lo más normal del mundo amanece y desayunamos jugo de mango con gallo pinto y huevos revueltos escuchando los increíbles sonidos de la naturaleza. Comienza la aventura.
Caminamos hasta la catarata de la Fortuna, un inmenso chorro de agua que se precipita sobre una montaña en colapso de tanta actividad volcánica, todo rodeado por una frondosidad y un verdor extremo. Más monos, iguanas, lo que nos pareció un perezoso resultaba ser un mono de cara blanca según nos corroboró una fotógrafa profesional con su teleobjetivo. Bajas 300 escalones hasta la quebrada y llegas al estruendo de la catarata. Bañarte en su poza no es cómodo (ojo con los más pequeños), pero lo hicimos y pasamos una mañana idílica refrescándonos de poza en poza, con más caminatas y aguas termales en el volcán Arenal. La interacción con los demás sin duda era de lo que más me gustaba ver en ella, mientras íbamos de recados por el bonito pueblecito que da nombre a la cascada, visitando mercados y hablando con gente local. Ella tan contenta, algunas preguntas sin respuesta del por qué de los carteles publicitarios así o asá, del tamaño de los bordillos, de por qué tanta policía en los bancos,… Una vez resueltos los quehaceres mi copiloto estaba listo para la acción. Manejábamos desde la Fortuna hasta el volcán Tenorio por carreteritas idílicas de este maravilloso país donde todo es vida, caballos, tienditas de madera, atajos llenos de baches y vistas maravillosas en cada curva, en cada recta. «Papi tengo sed», y de pronto un puesto de «pipa fría» (cocos helados). La combinación de escuchar en la radio salsa de calidad con la maravillosa vista de la carretera por la que íbamos con lo refrescante del coco creo que es uno de los momentos de felicidad más bonitos que he vivido en mucho tiempo.
Y es que la felicidad es el camino, no el destino. Aunque nuestro destino fuera la Carolina Lodge. Para mí, el mejor hotel de Costa Rica. Pura vida en su máxima expresión. Allí pasamos los días como si el tiempo no existiera, atrapados en un sueño más parecido al jardín del edén que a un rancho en la naturaleza. Un río salvaje en el que poder nadar y pescar durante horas, pozas calentadas de forma natural, paraíso de ornitólogos, establo para cabalgar temprano en la mañana o al atardecer. Encuentros con perezosos, ranas, monos, una maravillosa granja ecológica donde te animan a ordeñar vacas y hacer queso, paseos naturales, excursiones cercanas tan asombrosas como el Río Celeste, talleres de cacao, rafting, hamacas, zona de deporte y un lago con barcas para remar y pescar. Todo bajo un servicio y una oferta excelente, con comida Tica deliciosa y sana, un hotel libre de alcohol, donde todo es lindo y escuchar sus sonidos es simplemente la mejor actividad que se pueda realizar. Una estancia que deseas alargar y repetir en bucle.
Oeste del volcán Tenorio están dos más; el Rincón de la Vieja y el Miravalles. Nuestro recorrido continuó hacia Bijagua y su fabulosa cascada, parada recomendada para ver más fauna y adentrarte en una garganta impresionante del río que le da nombre. Caminata dura para la pequeña viajera que a pesar de no llegar a la cima, llegó hasta unas bonitas pozas donde nos bañamos como dios nos trajo al mundo en un ritual de agradecimiento a nuestra bella y única Pachamama siendo los únicos turistas que andaban por allí.
Carretera y manta persiguiendo el ocaso hasta Guanacaste norte donde el Pacífico nos regalaba tonos plata, oros y madreperlas. Allí me esperaban viejos amigos y lugares muy conocidos por mis antiguos ojos azules y grises y que por vez primera veían los ojos de mi hija que son los míos nuevos (más azul y menos gris). Que sensación más bonita contarle a Olivia mi primera noche en Playas del Coco en el 2006, como conocimos a Miguel y Bari, enseñarle el lugar donde solía trabajar, vivir, donde me enteré del nacimiento de su prima Alejandra,… Cena en el Father Rooster de Ostional con camisa de flores y Olivia con su vestido colorido de playa. Brisa, arena, luces, mofetas y mapaches. Todo muy divertido. Nuestro siguiente reto; bucear con botella en el Pacífico.
Recogimos los equipos y nos fuimos a la piscina del hotel, día gris y lluvioso que no nos impidió realizar toda la teoría y práctica de lo que sería su bautismo con botella y regulador. Todas las pruebas bien, flotabilidad realmente buena, un pececillo en toda regla, tal y como me esperaba. Como padre e instructor de buceo, la primera vez que metes a tu hija en el agua no puedes fallar, ha de ser con buenas condiciones de visibilidad y marea y en un sitio lo más agradable y bonito posible en cuanto a temperatura y vida submarina. El día no acompañaba mucho. Comida en la terraza del hotel haciendo un sudoku tras otro esperando a que pasara la tormenta, a punto de tirar la toalla por que se nos hacía tarde y teníamos que devolver los equipos. Pero como en la canción de los Beatles, llegó el sol y derrapando pusimos rumbo sur de Ocotal a una playa preciosa en la bahía del pez vela. Parecía que aguantaba un poco el temporal y antes de transportar todo el material fuimos a chequear la bahía y los arrecifes aledaños haciendo snorkel. A pesar de no ser el mejor día, el agua estaba en calma, visibilidad bastante mejor de lo que me esperaba y mucha vida. Nos miramos, le pregunté si de verdad quería hacerlo y me dijo que si. Momento mágico que siempre había querido tener con ella e incluso antes de que hubiera nacido. Bajamos un par de metros para hacer el «boyancy control», hicimos un par de ejercicios de los que habíamos practicado en la piscina y a volar. Pasamos casi una hora recorriendo la pared sur del arrecife manteniendo el límite de los 10-12 metros mientras nos hacíamos señales y buscábamos morenas, peces globo, langostas, caballitos de mar, rayas, peces loro y mucho más que hubiésemos visto si no fuera un poco por el frío y demasiada sensación cuando giramos en el lado noroeste más profundo del arrecife. Pasamos un gran momento juntos bajo el agua en lo que fue una toma de contacto perfecta para siguientes aventuras. Para celebrarlo cenamos en el mejor restaurante de Playas del Coco, en el Mar Azul
Y es que los días viajando y viviendo con ella pasan a la historia de mi vida como perlas de un rosario que siempre veneraré, perlas que me recuerdan que enseñarle a viajar y descubrir otro mundo bajo el mar, a pisar sin hacer ruido y probar comida rica, conocer viejos amigos, rellenar huecos con lecturas, mapas y sudokus, compartir conversaciones y sentimientos viendo sitios que conozco a la perfección de otra vida con ella, es la prueba fehaciente de que todo lo que me ha traído hasta aquí en mi vida, ha tenido sentido.